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Discurso Funeral Willy Oddó
PorEduardo Carrasco Fecha8 Noviembre 1991

Queridos amigos de Willy,

Antes que nada quisiera decirles que el ministro de educación, el señor Ricardo Lagos, no ha podido estar presente hoy día entre nosotros y me ha pedido que entregue públicamente sus condolencias a la familia de Willy, a Rayen su mujer, a su hijo Ismael y a todos los que hoy día lloramos su trágica muerte.

Anoche, mientras escribía estas líneas, quise saber de pronto qué hubiera querido Willy que dijera en estas circunstancias. Me imaginé una conversación como esas tantas que tuvimos tras bambalinas antes de entrar a algún escenario importante en las cuales intentábamos buscar juntos las palabras que pudieran acercarnos y decirle a la gente lo que queríamos. En este caso, cómo mostrarles a ustedes lo que el propio Willy hubiera querido escuchar de nosotros como despedida. Temeraria propuesta pero tal vez no tanto si observamos con alguna atención lo que fue su vida de punta a cabo, la coherente dirección que siempre tuvo, el amor y la pasión que la impulsó desde que ella se expresó por primera vez. Por eso al final resultó fácil descubrir la respuesta. Esta es una simple palabra hoy día evitada, mañana seguramente redescubierta y pasado mañana quizás de nuevo olvidada. Se trata de esas 2 sílabas que ayer nos conmovieron y que hoy día vuelven incansablemente a sonar en mis oídos con ese matiz que supo darle siempre la inolvidable voz de Willy. Hablo de la palabra “Pueblo”.

El Willy fue un hombre de su pueblo, que cantó para el pueblo, que creó para el pueblo, que buscó servir a su pueblo, que se entregó como en opción y esperanza a construir lo popular, a valorizarlo, a devolverle su fuerza original, a abrirle ese espacio que la indiferencia, la ceguera y el egoísmo muchas veces le niegan.
No tengo dudas para decir que para él todo eso que está contenido en la palabra “pueblo”, fue el centro de todas sus lealtades, sus más altas fidelidades y la razón de su vida. Y yo creo que es a ese Willy al que tenemos que recordar ahora, no para decirle adiós, sino para acercarnos más a su causa, para comprenderlo mejor, para estrecharle la mano y decirle que nada fue en vano y que si estamos aquí es en primer lugar porque lo acompañamos en su sueño.
Eso, creo yo, es lo que el Willy siempre quiso que descubriéramos en él, eso es lo que nos deja su imborrable huella en nuestro corazón.

El Willy era popular, venía de la Violeta Parra, de las payas, de las peñas, de las causas solidarias, de las utopías, de la hermandad. No era un hombre de ideologías, ni de “ismos”, ni de capillas, ni de teorías. Por eso hay que hacer presente aquí su alma llana, generosa, alegre, amistosa. Hay que recordarlo cantando zambas en las penumbras de la peña de la Universidad Técnica del Estado, cantando tangos de Gardel, muy tarde, al final de la fiesta, contándonos con pasión las hazañas de Leonel Sánchez cuando la Universidad de Chile le ganó el campeonato al Colo Colo, preparando los asados con las mangas de la camisa arremangada mientras nos hablaba con entusiasmo de sus planes para que las comunas festejaran el 18, contándonos un chiste con esa picardía que tenía siempre en sus ojos y que nos daba por adelantado el chispazo de luz que inmediatamente después tendría, organizando con pasión la fiesta de los inmigrantes en Colombes en el preciso momento en que en Francia se desataba de nuevo la violencia racista, sonriendo fotografiándose abrazado con un japonés que le había regalado una manzana y con el cual no sé cómo se entendía, soñando con el retorno en un vagón de ferrocarril de California pero siempre cantando, sonriendo, dispensándose, poniendo su simpatía e inteligencia a nuestra disposición para que fuéramos un poco más felices, un poco menos serios, para que estuviésemos un poco más reconciliados con esta vida.

Se derrumbaron tantas cosas. Tantas cosas se dieron y tantas otras nacieron en tan poco tiempo. Nuestra vida ha sido como un gigantesco naufragio y como un maravilloso parto. Todos hemos andado a tientas buscando qué creer, qué hacer, por qué luchar. Y en medio de ese sonambulismo la actitud de Willy, que muchos deben haber tomado como ingenua, fue una respuesta sana y generosa: fue como tomar partido por la cuota de felicidad que podemos lograr en este mundo, por la alegría que nos produce la palabra precisa en un momento dado, por la belleza de una melodía que diseñó estos sentimientos, por la solidaridad real de un apretón de mano en un momento difícil, por la generosidad de sentirnos construyendo un mundo nuevo pero cercano. Y ese mundo mejor que tenemos siempre al alcance de la mano y que depende de centrarnos a leer un poema, a cantar juntos, o a ser verdaderamente amigos. Y Willy se tomó su tiempo con nosotros, por eso lo queremos, por eso estamos aquí, para que sepa que todo sigue en pie y que la vida que él amó persiste tercamente en su infatigable lucha por el amor.

Junto con eso, debemos recordar al artista excepcional, al hombre que desde la escena fue capaz de emocionarnos como muy pocos pueden hacerlo. El Willy cantando el Canto a la Pampa, Soy obrero pampino, en la Cantata Sta María, era capaz de conmovernos hasta las lágrimas. Su voz potente se escuchó con fuerza inconmovible después del último discurso de Salvador Allende transmitido por la Radio Magallanes a punto de ser intervenida. Fue la voz de Willy la que Chile entero escuchó gritando por última vez El Pueblo Unido Jamás Será Vencido.

Lo escucho todavía al final de los conciertos llamando a gritar esa consigna en los paisajes más diversos, entre pueblos lejanísimos, en escenarios que ningún chileno antes había pisado, mientras pasaban los años y seguíamos en ese interminable exilio que para Willy fue más doloroso que para ninguno de nosotros. Le faltaba Chile y cuando pudo acercarse aprovechando la oferta de trabajo que algunos amigos argentinos le hicieron, se vino a Buenos Aires arriesgando todo lo poco que entonces había podido construir en Francia por estar más cerca de la patria. Fue el primero de nosotros que volvió y se instaló definitivamente aquí. Lo escucho también cantando ese emocionante tango que hablaba del retorno en el Luna Park de Buenos Aires. Y vuelvo a ver a esas miles de personas de pie aplaudiéndolo. Y también vuelvo a escuchar las carcajadas del público respondiendo a las salidas del Willy, dichas en francés, en inglés, en alemán, y hasta en ese idioma oculto del que solamente él tenía la clave y que le permitió siempre hacer reír a rusos, checoslovacos, suecos, finlandeses, tunecinos, japoneses y ya no sé cuántos otros pueblos en la tierra.
Su simpatía era nuestra arma más segura en el escenario, imbatible. Con ella nos ganábamos de inmediato a todos los públicos, con ella rompíamos las tensiones y convencíamos de que veníamos a ser todos un poco más felices. Después de eso, todo el resto era fácil.

Toda muerte es terrible, sorpresiva, injusta, cruel, absurda. Esta también. Llega en un momento inoportuno. Cuando Willy después de tantas luchas y de tantos sacrificios recién podía decir que había llegado a lo que siempre había querido: estaba radiante, a punto de cambiar el carácter de su trabajo, pensando en todo lo que ahora se le abría como posibilidad de hacer cosas. Y de pronto he aquí que todo se derrumba. Sus sueños no podrán ser realidad. Pero de alguna manera también su realidad fue un sueño. Y hubo en este sueño grandes e inolvidables realizaciones que no podemos olvidar. Nadie cantó como él ciertas canciones que quedarán para siempre en la memoria de su amado pueblo. Tuvo la satisfacción de hacer felices a miles de personas desde el escenario. Y si en algún momento fue feliz, fue precisamente en esas miles de ocasiones en que desde el escenario inclinó su cabeza para agradecer los aplausos del público. Se ganó esos aplausos, puso su vida en ello. Tuvo el privilegio de cantar por la libertad y la democracia de su país cuando Chile parecía aplastado bajo la dictadura. Llevó su simpatía y expresividad a remotos países donde fue amado y ovacionado por miles y miles de personas. Fue feliz porque fue amado por su mujer, por su hijo Ismael, por sus padres y hermanas. Fue feliz porque pudo realizar muchas de sus ideas de cultura popular en Colombes, en la Municipalidad de La Plata y en la Municipalidad de Santiago. Fue querido por sus amigos y deja en todos nosotros el mejor de los recuerdos como ser humano. Todas estas cosas y muchas más son una vida humana, plena y hermosa. Es esa plenitud la que debe aparecer ahora y si bien para la muerte no hay consuelo, para la vida sí hay reconocimiento. Que nada empañe la belleza de esta vida, que nada borre el luminoso recuerdo que tenemos de Willy, que ninguna sombra se introduzca aquí.

A tu tierra vuelves Willy, la tierra con la que tanto soñaste, la misma que no te dejó más estar lejos, que te llamó incansablemente, la misma que cantaste con pasión y cariño, a la tierra de tu pueblo que te recibe amorosamente, en la que te confundes ahora para siempre.