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Quilapayún en desierto grande
PorHugo Lagos FechaNoviembre 2007

Aterrizamos en la Serena, escala obligada entre Santiago y Copiapó, una banda de estudiantes subió al avión sacándose fotos adentro y afuera entre risas y bromas, seguimos viaje hasta que el piloto anunció la llegada próxima al aeropuerto de Atacama. Bajamos del avión y el desierto se nos vino encima, tierra seca, montañas áridas, no era más que la puerta de entrada.

Cuarenta y dos años y primera vez que el Quila venía a la ciudad de Copiapó, hicimos las pruebas de sonido de rigor, nos vestimos de negro sin olvidar de hacer nuestra invocación a los dioses con las manos unidas antes de salir a cantar. Así, llegamos a la segunda parte del recital con la cantata Sta. María cuyo relato esta vez estuvo a cargo de nuestro director artístico Eduardo Carrasco. Fue una bonita cantata, emotiva como siempre, sólo que aquí adquiría una mayor significación. La presencia de Atacama. En un momento de la interpretación, después del último relato, hubo un silencio sobrecogedor cargado de intensa emoción… « murieron 3.600 uno tras otro… » ese silencio sepulcral duró hasta el acorde « lo juramos compañeros ese día… ». Fue estremecedor. Después, fue el final como siempre o casi siempre, la voz estrangulada por la emoción.

Terminó la presentación y estuvimos esperando unas pizzas que se deben haber extraviado en el camino ya que no llegaron nunca, partimos con nuestros equipaje de mano en el bus que nos llevaba, paramos a comernos unos hot-dogs y a tomarnos unos tecitos, era la una de la mañana, nos subimos otra vez al bus y seguimos viaje rumbo a … Iquique. Nos esperaban a las dos de la tarde del otro día.

El desierto se tragó el bus y a sus ocupantes, y entre comentarios cada vez mas escuetos, todo el mundo se durmió : el equipo técnico, la producción, los ventiskas, el ingeniero de sonido y los cantores. La carretera accidentada por aluviones pasados hacía saltar el bus al tomar los desvíos necesarios, nada que hacer, todo el mundo durmiendo.

Así, empezó a amanecer, luz lejana del día que comienza, el cielo estaba raso. El frío de las seis de la mañana se empezó a hacer sentir pero las frazadas y la calefa dieron con él. De repente entramos en una niebla espesa, no se veía ni a 30 metros, no sé cuanto duró, me debo haber quedado dormido, cuando desperté no había niebla, sólo sol, sol en desierto grande…tierra agrietada, soledad inmensa. Alguien preguntó « cuánto falta ». Por estos lados los letreros son cada 300 km. Así que si te pierdes uno… luego apareció la pampa del tamarugal y su milagro verde.

Como a las 10 AM paramos por trámites aduaneros, nuevos sánguches y nuevos tecitos.

Llegamos a Iquique a las 14h :16mn. En el monolito erigido a la memoria de los caídos en la matanza nos esperaban periodistas, las autoridades locales y curiosos que andaban por ahí. Discursos de bienvenida y de agradecimientos.
Cantamos acompañados por una tremenda orquesta juvenil, sesenta y tantos músicos del norte y del sur, una violinista de unos 16 o 17 años lloraba después de la cantata, la casa del deportista estaba llena.

Al otro día partimos a las 5 de la mañana, teníamos que cantar en San Joaquín.
El resto está en la prensa...