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Discurso no pronunciado Santiago Schuster (SCD)
PorEduardo Carrasco Fecha25 Abril 2009

Fotografía: SCD

Querido Santiago
Seguramente sabrás que me pidieron que hablara en la comida de este lunes. Como se trata de una intervención pública, solicité que me enviaran algunos antecedentes biográficos que consideré necesarios para escribir un discurso. El viernes a última hora, como éstos no llegaban, llamé por teléfono para saber qué pasaba. Me dijeron que los habían enviado hacía rato. Esperé y por fin llegaron. Equivocados. Me enviaron una presentación de la SCD con cosas que yo sé de memoria. Me aseguraron que me enviarían todo el lunes. Pero el lunes yo tengo todo el día ocupado y me será imposible escribir nada. Como ves, las cosas en la SCD ya no son como antes.

Te cuento esta lata para que comprendas por qué no podré hablar el lunes como me hubiera gustado. Pero como los dioses organizan bien las cosas, después de un momento de decepción, comprendí la señal: lo que tengo que hacer es escribir lo que tengo que decirte, así, en la intimidad de una carta directa a ti y a nadie más que a ti, que es como a mí más me gusta hablar. Las cosas públicas a veces toman un carácter de formalidad que a mí al menos no me gustan y le tengo desconfianza a los discursos de circunstancia que con frecuencia tergiversan los verdaderos afectos y más todavía las ideas, haciendo aparecer todo bello, bueno, generoso y edificante. Así que, sin más preámbulos, voy al agua.

Tengo muy claro en la memoria los primeros días en que nos encontramos. Eran los tiempos en que la SCD se acababa de fundar, sin tener todavía una base legal, los tiempos de José Goles, de la Scottie Scot, de las oficinas en la calle San Antonio. Me acuerdo que cuando te conocí, mi primera impresión fue muy positiva: tenía al frente un joven abogado (que en realidad no era tan joven, representaba menos edad que la que en realidad tenía, cosa que ha seguido siendo cada vez más favorable para ti a medida que pasan los años), que parecía recién salido de la Escuela de Derecho, y que me hablaba con entusiasmo de la sociedad que empezaba a nacer. Se mostraba sorprendido de que alguien con un pasado comunista se interesara también en defender sus derechos autorales. Tú no sabías que nosotros, los del exilio, ya habíamos sufrido bastantes expoliaciones de derechos de parte de los mismos que se suponía que estaban dispuestos a defendernos. Por eso, creo que sintonizamos de inmediato y con una buena cuota de afecto, de humor y de inteligencia, se fue armando nuestra amistad. Tú en esa época reclutabas a quien pudiera ayudarte en tu causa y yo tuve la suerte de ser uno de ellos. Así comenzó la historia de una mutua colaboración que llega hasta hoy día y que espero que nunca se termine. Desde entonces nos hemos acercado a veces y alejado otras, pero en ningún momento, tampoco en los peores, ni siquiera se ha trizado mínimamente en algún punto lo esencial de mi afecto y reconocimiento hacia ti.

Creo que junto a muchos otros interesados en la cultura nacional hicimos grandes cosas, todas ellas, por supuesto, iniciativas en que tú eras nuestro general y los demás te secundábamos. Eran también tiempos en que los Consejos Directivos de la SCD no eran tan homogéneos como los que vinieron después, y era importante mantener unidos a los socios que verdaderamente contaban. Recuerdo todo el arduo trabajo de lobby que llevamos a cabo en relación con la Reforma a la ley de propiedad intelectual, que finalmente hizo posible que la SCD existiera bajo su forma definitiva, las reuniones, las idas al Parlamento, las redacciones de punteos para los diputados y senadores que nos apoyaban, las conversaciones y reuniones con muchos de ellos, las discusiones con los que nos criticaban. El resultado fue como todos esperábamos, exitoso: Por fin tuvimos la ley tan esperada. Entonces inventamos el Premio a la Música Presidente de la República, como tú mismo lo bautizaste, que existió varios años gracias a un decreto ministerial que se fue renovando y para el cual hicimos un trabajo mucho más de equipo entre nosotros. Después vino la Ley de la música, que fue un esfuerzo sostenido por años, el que, finalmente, cuando ya pensábamos que teníamos que descartarlo, se hizo realidad. Decenas de reuniones, de redacciones y de revisión de las redacciones una y otra vez. En todas estas iniciativas, tú orientabas las cosas, preocupado de que la ignorancia de los parlamentarios en cuestiones culturales no fuera a arrastrarnos hacia el abismo. ¿Te acuerdas de la Diputada que propuso que los organizadores de rodeos y los propietarios de caballos chilenos tuvieran también un representante en el Consejo de la música? ¡Cuántos goles hubo que parar! ¡Cuántos goles nos hubieran metido si no hubiéramos contado con tu permanente atención a las cosas que cada vez se ponían en juego en esas discusiones. Tú, ahí, vigilante, exigiendo lo único sensato, lo único justo, lo único que verdaderamente podía beneficiar a los artistas. Además de todas estas cosas en las que yo participé, tú hacías tu trabajo por tu lado, las grandes batallas de la SCD por hacerse respetar y reconocer por los usuarios, las peleas con la Archi y con las asociaciones que en un principio se presentaban como hostiles y que más tarde, gracias a gestiones tuyas, se involucraron en nuestra lucha, los beneficios de salud que se pudieron crear para los socios, la ayuda social para los más necesitados y un sin fin de cosas más que alguien alguna vez tendrá que precisar. Fue una acción inteligente y persistente en un medio indiferente y desinformado, donde cualquier cosa hubiera podido producirse, pero, finalmente, gracias a la conducción que tú le diste a cada uno de los pasos que se siguieron, el resultado fue exitoso y la SCD se constituyó en la sociedad más pujante y moderna de América Latina. Tú sabes que todo esto no lo recuerdo simplemente para elogiarte, sino porque son cosas que han quedado en la memoria de toda esa época. Son tu vida y en parte también la mía y por encima de todo, son la historia de lo que ha ocurrido con los artistas chilenos en los últimos años. Se me escapan muchas cosas, porque desde que te conozco, no has parado un solo momento de hacer cosas en beneficio de los artistas. Yo solo he participado contigo en una mínima parte de ellas.

Recuerdo con añoranza nuestros almuerzos en esos restaurantes del centro, en especial uno de comida chilena, ubicado en la misma calle San Antonio, al que solíamos ir en esa época para discutir más tranquilamente lo que estábamos planificando, cómo podíamos sacar adelante tal o cual proyecto, cómo podíamos detener tal maniobra negativa de nuestros opositores. De uno de esos almuerzos salió la idea de la Escuela de Música, que finalmente también se hizo realidad y que benefició a no pocos jóvenes que ahora son profesionales de la música y miembros de la SCD. Tú andabas dándole vuelta a eso porque habías leído en mi libro la experiencia del Quilapayún en los últimos años de la UP y eso te había interesado. Andabas siempre buscando qué hacer, cómo sacar adelante nuevas iniciativas y tenías una suerte de megaentusiasmo que no se curaba con nada. Porque hay que reconocerlo: hay hombres que surten efecto y otros que no, aunque hagan esfuerzos para ello. Tú eres un hacedor nato, un buen hijo de tu dios, que se dice que es un creador, una especie de Big Bang del derecho de autor y de la causa de los artistas. Y es que hay artistas que crean cuadros, otros que crean novelas, otros que crean canciones y sinfonías, pero también hay algunos artistas que crean instituciones. Tú eres de esos. Las instituciones, como las obras de arte valederas, dejan una huella indeleble, perduran con el tiempo, atraviesan las generaciones y extienden su influencia modificando las vidas de los que reciben sus bondades. No hay que ser un profeta para afirmar que la SCD y las demás sociedades que han surgido posteriormente a ella, serán en el futuro próximo algunas de las instituciones culturales más importantes en nuestra vida nacional. En el mundo en que estamos, con la globalización, con la expansión gigantesca de lo virtual y de lo digital, los derechos pasarán a ser protagónicos y los artistas encontrarán en estas sociedades de gestión, en el establecimiento y el reconocimiento de sus derechos, la forma más justa y eficaz de asegurar su sustento.

Para mí ha sido una gran cosa haberme encontrado contigo, eres una de esas personas que verdaderamente han contado para mí. No lo digo sin recordar los momentos malos en que por diversas razones algunas veces chocamos. Pero todo eso ha sido borrado y superado sin dejar ningún tipo de huella. Como te decía, nada empañó jamás la alta idea que tengo de tu gestión y de tu persona. Estoy seguro de que eres alguien honesto y abnegado y que todo lo que has hecho, lo has llevado adelante movido por un verdadero idealismo y sin caer en ninguna mezquindad, ni en ningún cálculo interesado. Con tu trabajo le supiste dar dignidad a los artistas nacionales, a los músicos primero y después a los demás. Nunca te has detenido, siempre has visto en el horizonte una estrella más lejana hacia la cual dirigir tus pasos. Creo que todos te debemos mucho y cuando los verdaderos reconocimientos lleguen, esos no van a estar empañados por esta necesidad actual de borrar las malas señales que se han dado con tu renuncia.

Por eso, esta comida que se hace en tu honor tiene un olor a acto de desagravio imposible de ocultar. Creo que frente a las circunstancias, un acto así se hacía necesario, pero dudo de que con ella se responda adecuadamente al agravio cometido. Me duele pensar que las cosas hayan ido por el camino en que fueron. Habría imaginado cualquier cosa menos esta. Que todo lo que has hecho durante tantos años venga a parar a este exabrupto que va al encuentro de todo lo que ha significado en el detalle tu aporte a la cultura nacional, me parece algo difícil de tragar. Yo te conozco y sé que eres una persona cuidadosa en extremo, y hasta más de alguien podría haber pensado que eras un obsesivo y un perfeccionista. Para qué vamos a andar con eufemismos entre nosotros: ¡eres un tipo insoportable! Yo trabajé contigo y conozco perfectamente como quieres estar encima de todos tus subordinados, asegurándote de que cada uno cumpla exactamente con sus responsabilidades. Recuerdo cómo querías controlar todo en cada una de las acciones que emprendía la SCD. Para qué hablar de las comidas anuales: andabas detrás de la pobre Maricarmen controlando que en las mesas estuvieran sentados exactamente los que tenían que estar sentados y con quién tenían que estar sentados. Y hasta vigilabas que los postres fueran los programados y que las flores de las mesas no fueran a faltar o a estar demasiado mustias. Pero lo cierto es que son esos insoportables los que hacen caminar las cosas, los que no se contentan con que algo tenga lugar, pues quieren y exigen la perfección, los que llevan a los demás hacia el éxito y hacia la realización de sus ideales. Más vale que soportemos a los insoportables, porque sin ellos nuestra vida sería una permanente decadencia. Mein freund, a ti lo “Schuster” te sale por todos lados. Y es a ti, que eres así de corazón, con la responsabilidad y el sentido de la perfección de un relojero suizo, que te viene a ocurrir esta estupidez que te obliga a renunciar a tu lugar de acción que, por lo demás, tú mismo diseñaste.

Debo decirte que no soy de los que piensan que los seres humanos sean reemplazables y que cuando uno deja su puesto, otro lo toma y que la cosa sigue avanzando sin contratiempos. Eso es falso de falsedad absoluta. Lo he experimentado yo mismo dolorosamente. Yo creo que los seres humanos son personales e intransferibles, no son intercambiables y que cada cual tiene una cuota muy diferente de creatividad, de inteligencia y hasta de afectividad. Somos diferentes y en la diferencia está nuestra riqueza, pero también en ella están los peligros a que nos vemos expuestos. No tengo nada en contra de los que te hayan reemplazado en tus labores, ni siquiera los conozco, les deseo incluso el mejor de los éxitos, pero tampoco me voy a hacer el tonto: la vara que dejaste es demasiado alta como para que un buen profesional pueda emular lo que has hecho en estos años. Deseémosle suerte, pero la tiene difícil.

Yo sé exactamente lo que nosotros hemos perdido. Lo sé exactamente porque es simple saberlo cuando lo que se pierde es lo mejor que se pudiera haber tenido. Una persona con tus cualidades no se encuentra a la vuelta de la esquina, hablo de tu pasión por tu trabajo y por tu obra, de la dedicación que siempre le prestaste, del interés que tienes por llevar adelante tu causa, porque eres trabajólico por amor a lo que haces y porque fuera del cariño que se ve que experimentas por tu familia, no te conozco otra pasión que esa a la que le has dedicado toda tu vida. Entonces, era justo pensar que de la SCD, si alguna vez te ibas a ir, iba a ser en medio de aclamaciones y agradecimientos de todos los que nos hemos beneficiado con tu trabajo. Y ha ocurrido precisamente lo que no se compadece con esto: te has visto obligado a renunciar como si no hubieras cumplido cabalmente con tus obligaciones, como si estuvieras en falta, como si el celo que has puesto durante todos estos años para echar a andar la institución que creaste y que hiciste grande con tu esfuerzo, no hubiera sido suficiente. ¿Y quién mierdas te juzga? Los mismos que más se beneficiaron con tu trabajo, los que deberían haber cuidado tu permanencia en la SCD con mayor celo, los encargados por todos nosotros de salvaguardar el interés de nuestra sociedad. ¡Qué despilfarro! (en francés es mejor: Quel gachis!). Todo esto por culpa de alguien que confundió la justicia con la estupidez. Los escrúpulos, cuando son excesivos, revelan la debilidad interior de quienes los muestran. Poner toda una vida dedicada a la defensa de los derechos de los artistas en cuestión, porque a alguien se equivocó al instalar un programa en un computador me parece simplemente imperdonable. Denota una falta de criterio indigna que no me canso de repudiar. Para complacer a la apariencia, sacrificamos la realidad. ¡No tiene excusa! Yo soy uno de esos socios del montón, que no supieron los detalles de lo ocurrido y que solo se informaron por lo que salió en los diarios. Y estoy seguro de que los que como yo, no entienden todavía lo ocurrido, siguen lamentando este hecho que ninguna declaración posterior ha podido aclarar. Cada una de esas declaraciones en realidad era una forma más radical de hundirse en el barro ¡Qué descriterio!¡Qué tontería!¡Cómo estarán dándose vueltas en su tumba José Goles, la Scottie y Lucho Advis! ¡Qué manera de bajar de nivel!

Lo que tú has perdido, no me preocupa, porque estoy seguro de que con o sin SCD vas a seguir siempre siendo el mismo. Y un frenético constructor de instituciones sabrá encontrar nuevas maneras de continuar su camino por las vías que se le pongan delante o por las que él mismo se fabrique. Más que lo que pase contigo, me preocupa lo que pase con la SCD. Ojala que los que vengan den prueba de un mejor ojo político que los que no han sido capaces de encontrar una solución a este problema, que no consistiera en tu renuncia. Ya sé que tú me vas a decir que nadie te ha obligado a renunciar, pero eso es peor todavía, porque quiere decir que se han leído los acontecimientos de una manera tan histéricamente equivocada que se ha llegado a poner lo accesorio por encima de lo imprescindible. Hacer de una tontería una cuestión de honor denota un cierto grado de obnubilación y de egocentrismo que de hecho nos llevó al desastre. Todavía no comprendo cómo todo un Consejo pudo haber llegado a este extremo. ¿La sensatez se apartó de todas las cabezas? No logro entenderlo ¿Doblar la página? Sí, no hay nada más que hacer. Pero lo importante es cómo ahora se dobla esa página.

En estos días leí en un diario que un tipo de la campaña de Piñera te proponía como Ministro de Cultura. Pensé que ese sí que sería un buen acto de desagravio. Ojala que algún dirigente político se ponga las pilas y piense seriamente en eso. Y para retomar algo que decía al comienzo, a lo mejor eso es lo que nos quieren decir los dioses. Se necesitaba que te apartaras un poco de la SCD (un poco, porque me imagino que el desacato de mis colegas no llegará hasta el extremo de separarte completamente) para que alguien piense en ti como para asumir una responsabilidad que te dé un rol todavía más central del que has jugado hasta ahora. Sería justo y deseable. Espero que ocurra. Hay que pensar en eso ¿Pero habrá políticos tan inteligentes y astutos? Habrá que poner atención en los signos que envían los dioses. Nada ocurre porque sí, los acontecimientos de una vida humana se van tejiendo con una secreta sabiduría que nosotros no somos capaces de prever. Algo vendrá que nos permita dejar atrás con alegría todas estas miserias. Faltan eslabones en esta cadena, todavía las Moiras siguen tejiendo los acontecimientos de tu vida. Sé que tienes fuerza suficiente como para superar este temporal y, de hecho, ya te veo comenzar a moverte con tu ímpetu habitual. El Big Bang sigue haciendo explosión. Los que te apreciamos, te apoyaremos siempre.

Quería decirte esto, que, como ves, es muy personal y muy poco apropiado para discursos públicos. En realidad, es lo único que quiero y lo único que puedo decirte en este momento. Esperando que sigas siendo siempre el mismo hombre cuyos valores estoy reconociendo, quiero también que sepas que en estos tiempos en que con razón podrías dudar de la sensatez, del espíritu de justicia y de la gratitud de los seres humanos, que al menos en lo que se refiere a este último valor, puedes contar ahora y siempre con la del que te escribe estas páginas, tu amigo, Eduardo Carrasco.