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Sol Naciente
PorHugo Lagos Fecha18 Marzo 2011

Sushi y pescado crudo con soya al desayuno. No, no es lo que los chilenos acostumbramos a consumir en las mañanas. En Japón es todos los días, “donde fueres haz lo que vieres” y nos plegamos a ese ritual durante tres semanas, el problema es que al mediodía y en la noche era más o menos la misma cosa, con algunas variaciones, a veces en el plato había flores…

“¡Campai!”, dijo Kusumoto-san y todos levantamos la copa de sake.
“Bienvenido a Japón” tradujo Ruriko una fina y bonita mujer nipona, las vocales en O, o en A, aquí no definen el género.
Así empezó el primer viaje a la tierra del sol naciente a comienzos de 1976. Fue un descubrimiento.
Mezcla de tradición y modernidad, Japón alterna alta tecnología y trade centers con templos Shintoïstas, religión nacional que predica la fusión del hombre con la naturaleza.
En Kyoto, antigua capital imperial donde existe la mayor cantidad de templos, árboles y flores, era una evidencia.

La visita a Hiroshima fue silenciosa, las cicatrices de la bomba atómica no se han cerrado totalmente, “lluvia negra” dijo nuestro guía, “después de la explosión, lluvia negra…”

La extrema cortesía de los japoneses así como también el estricto sentido de la jerarquía, del civismo y la organización eran rasgos característicos que nos sorprendieron.
Después de los conciertos, a la salida del teatro, largas filas de espectadores nos hacían un corredor a través del cual pasábamos estrechando las manos de sonrientes rostros. Era su manera de manifestarnos solidaridad y simpatía.

Poco conocíamos de Japón en esa época, a parte de una canción de gran éxito radial en los años 60 cuyo nombre no recuerdo. Compartíamos también con este país una tierra propensa a los movimientos telúricos.
Los japoneses ellos, conocían la quena, el charango, Lucho Gatica, los tangos y los boleros.

Aquella tarde, después del concierto, atravesamos una vez más el corredor humano estrechando manos y haciendo pequeñas inclinaciones de la cabeza, signo de saludo y de respeto, a cada uno de los espectadores que esperaban, enseguida nos fuimos al hotel a descansar y seguir por la televisión el torneo de Sumo.

Era un 27 de febrero y la ciudad al borde del océano Pacífico se llamaba Sendai.