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Quilapayún desde el Sueño de Pasto
PorEduardo Carrasco FechaMayo 2010

Después de seis horas de avión – cinco hasta Bogotá y una hasta Pasto – uno llega cansado. Pero desde que se abren las puertas del avión y uno siente la bocanada de aire, entre cordillerano y tropical, propia del aeropuerto de Nariño, se revive de inmediato. El paisaje se parece al de Coyhaique, con cerros por todos lados y valles en altura, todo verde, con bosques cercanos y hasta algunas cascadas que caen desde la altura. El aeropuerto es temido por los pilotos, porque siempre hay mucha nube y hay que volar entre los cerros. Es frecuente que los aviones no puedan aterrizar y tengan que volverse hacia tierras menos peligrosas. Está a media hora de San Juan de Pasto, ciudad a la que se llega circundando una imponente hondonada por donde pasa el río del mismo nombre. Al lado de la ciudad, que aparece sorpresivamente después de atravesar las curvas y curvas de un sinuoso camino, está el volcán Galeras, el “león dormido”, que según nos cuentan se pega unos estornudos de vez en cuando, pero sin poner nunca en peligro a la población. Por eso le tienen respeto, pero mezclado con un cierto cariño: no hace daño, por lo menos desde los tiempos que pueden recordarse. Pasto tiene su nombre de unos indígenas que vivieron por allí y que fueron parte del imperio Inca, razón por la cual todo esto forma una unidad cultural con la parte andina del Ecuador. De hecho, cuando por fin se llega a Pasto, lo primero que llama la atención es el parecido de esta ciudad con Quito.

Varias veces, Horacio Durán, de vuelta de sus giras en Colombia, nos había insistido en que fuéramos a Pasto, que allí había mucha gente que tenía una gran sensibilidad para nuestra música. No lo tomamos en serio. Pensábamos que era una broma más de nuestro amigo. Después de 45 años, descubrimos que todo era cierto. El recibimiento de los pastuzos – que así se llaman – fue inusitado. No sabemos cómo, pero aquí, en los años sesenta y setenta, se produjo un hecho único: nuestras canciones fueron recibidas con un interés enorme y con el tiempo ayudaron a generar un fenómeno importante de cultura local. Al parecer, los grupos de música andina necesitaban un impulso especial para tomar la verdadera fuerza que se requería, y en parte esa fuerza vino de nosotros, además del Inti y del Illapu, los tres grupos de la Nueva Canción cuya influencia ha atravesado nuestras fronteras. Como la música andina ha pasado a ser ahora predominante – llegando a ser la principal expresión musical en la gran fiesta anual del Carnaval de Blancos y Negros que en el mes de enero le da el sello folklórico a toda la región – estos grupos chilenos, y especialmente el nuestro, han pasado a ser vistos como precursores de la música más característica de estos pagos. Por eso, somos objeto de un cariño y un reconocimiento que no encontraremos en ninguna otra parte. Todo el mundo nos agradece que hayamos venido, quieren sacarse fotos con nosotros, quieren hablar con nosotros, mostrarnos su música, tener algún recuerdo nuestro.

Los impulsores de esta gira, Paola Coral, Directora del Teatro Imperial de la Universidad de Nariño, donde cantamos, y el músico John Granda, hicieron un trabajo excepcional para que todo resultara bien. Consiguieron auspicios y se desvivieron porque todo ocurriera de la mejor manera. Y así fue, en efecto: no hubo nada que se les escapara, por eso las localidades para la actuación que teníamos prevista en el teatro el día jueves se agotaron rápidamente, y hubo que improvisar una nueva actuación el día viernes, que también se agotó. El sábado cantamos en la Concha Acústica para miles de personas que se habían congregado para celebrar la fiesta del 1 de mayo. En todas nuestras actuaciones nos acompañó el excepcional percusionista Leonardo Yepez, que nos permitió interpretar Mi Patria con timbales sinfónicos, los que sumados al piano de cola que tocó Ismael, le dieron a la canción una sonoridad impresionante.

Digamos que el teatro es un bellísimo edificio, cuyo interior es todo de madera y tiene la forma clásica de los teatros italianos. ¿Puede imaginarse un marco más apropiado para nuestra música? Además, el teatro tiene toda una historia: en un principio fue una plaza de toros, después se transformó en teatro de ópera, en cine, y en sus peores tiempos terminó como cine porno. Finalmente, la Universidad de Nariño lo compró, lo declaró “monumento nacional” y lo reparó, devolviéndolo a la arquitectura de sus mejores momentos. Además de estas memorables actuaciones, hicimos conversatorios con estudiantes y con grupos de música que nos asombraron por el conocimiento que tenían de todas nuestras canciones.

El celo de nuestros invitantes llegó al extremo en la fiesta de despedida, la que coincidió con el cumpleaños de Ismael. Fuimos recibidos con boleros interpretados por un famoso conjunto colombiano de boleristas, después vinieron conjuntos de música andina, y hasta una torta con velitas. Pasarán años antes que Ismael vuelva a celebrar su cumpleaños con este fasto. El cariño que nos expresaron los pastuzos nos conmovió profundamente. Creo que si volvemos a Colombia este año – y así parece que va a ser – será en primer lugar para volver a encontrarnos con ellos. Paola se mostró como una organizadora eficientísima, cuya dedicación solo se explica por el cariño entrañable que se acumuló durante nuestros años de ausencia. John, además de ser un músico excepcional que conocía nuestra música mejor que nosotros (no es broma, porque se había dado el trabajo de analizarla minuciosamente) nos conquistó con sus cualidades humanas. El café que nos tomamos en el “Juan Valdés” de Pasto queda inscrito en nuestros anales del recuerdo.

Todo esto explica la entrega con la que enfrentamos nuestras actuaciones, que sin soberbia creo que fueron de las mejores que hemos realizado en los últimos años. El Quilapayún, con la ayuda de Eduardo Vergara, rugió como el “león dormido”, y emocionó a los espectadores. La gira fue un éxito desde donde se la mire.

“No nos olviden” – nos dijeron estos nuevos amigos cuando nos despedían en el aeropuerto. No saben que desde hace ya mucho tiempo que se nos olvidó olvidar y que lo que ellos nos dieron, fue tal vez mucho más importante para nosotros de lo que se imaginan. Desde el sueño de Pasto, volvemos ahora a la realidad de Santiago, Paris y Bruselas. El largo viaje valió la pena. Nos deja la sensación de que todo lo que hemos hecho desde hace tanto tiempo puede llegar a tener un sentido para mucha gente, aunque nosotros no seamos siempre concientes de ello. ¿Hay más Pastos en nuestro camino? Probablemente. Lo bueno es que cada día estamos más unidos y más fortalecidos artísticamente para descubrirlos. ¡Putas que es bueno este conjunto, que vive del compañerismo y del afecto mutuo que une a sus integrantes! De seguro que eso se manifiesta en nuestras presentaciones. Esa es nuestra fuerza. Y Pasto descubrió eso hace mucho tiempo, para satisfacción de todos nosotros. ¡Gracias pastuzos!, las lágrimas que se derramaron en la despedida van a hacer fructificar las mismas semillas que ustedes han sembrado en nuestro corazón.

El Quilapayún les queda agradecido para siempre.