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Discurso a 11 años muerte Willy
PorEduardo Carrasco Fecha9 Noviembre 2002

Queridos amigos,

Lo que nos ha traído hoy día aquí es indudablemente la amistad, el deseo de recordar a un amigo que se fue. La muerte del Willy nos conmovió profundamente a todos, fue como una horrorosa estridencia en medio de una vida que todavía tenía muchísimo que dar. En aquellos días, cuando fuimos sabiendo lo que había pasado creo que ninguno de nosotros comprendió nada. Su extraño deceso, que llenó las páginas de la crónica roja de ese momento, no se parecía en nada a su vida. El Willy debería haberse muerto de la risa, pues siempre fue el más alegre, el más simpático, el mejor para la fiesta, el con más chispa de todos nosotros. También fue el más amistoso y – digámoslo francamente – el más picado de la araña. Esta muerte, en cambio, ponía todas las cosas patas para arriba, una muerte que distorsionaba todo, que iba al encuentro de todo lo que el Willy había sido durante su vida. ¡Qué hacer con esta muerte hecha para borrar las pistas, para sembrar dudas, para destruir la imagen de su víctima! Casi se podría decir que se trataba de una doble muerte, una que terminaba con su vida y otra que quería minar su recuerdo, deshacer la alegría, enlodar cada uno de los momentos de luz que todos vivimos alguna vez junto a él.

Felizmente el tiempo ha demostrado que si bien la primera muerte, la democrática, la que todos nosotros tarde o temprano también tendremos, ha triunfado, la segunda ha fracasado rotundamente, pues poco a poco se ha ido restableciendo el recuerdo del Willy tal como tenía que haber sido siempre y tal como a él mismo le hubiera gustado que este fuera: un recuerdo cálido, sincero, con lo bueno y con lo malo, pero rehabilitando siempre y poniendo en primer plano al leal amigo y al gran artista que Willy fue, a su generosidad en el escenario, a su capacidad de darse por entero en una simple canción, en una simple frase. ¡A cuánta gente hizo feliz el Willy, aunque eso fuera por un pequeño instante! ¡A cuánta gente emocionó con su voz desgarrada! ¡A cuánta gente hizo reír con sus salidas!

Por eso, finalmente, a medida que el recuerdo hace su camino, y se concreta en nuestro corazón la imagen del que se ha ido - me refiero a esa imagen con la que seguimos viviendo, con la que seguimos conversando, a la que le seguimos contando cosas, y, por lo menos en mi caso con el Willy, con la que seguimos tirándonos las orejas y discutiendo – por eso, finalmente, digo, uno se reconcilia con la muerte del otro. A mí la muerte del Willy se me ha hecho respetable. Pienso en Víctor Jara y le pregunto: “¿te gusta Víctor haber muerto como un héroe? ¿Te parecen bien los 48 balazos en el pecho? ¿Te parece bien que te venga a ver tanta gente y te pongan flores en tu tumba?” La respuesta que él siempre me da es nítida: “Me da lo mismo”, me dice. “Hubiera preferido seguir cantando, grabar algunos discos más, ver crecer a mis hijas. Hecho de menos la guitarra”. Le pregunto al Willy y me dice exactamente lo mismo. “Me hubiera gustado conocer a mi nieto. Hecho de menos a mi vieja. Tenía tantas cosas que decirle al Ismael. Me falta subirme a un escenario porque aquí no existen”.Y es que al final da lo mismo qué tipo de muerte uno tenga. La muerte es la muerte y punto. Se acaba todo. Somos los vivos los que nos hacemos problemas con la muerte, los que distinguimos entre una muerte heroica y otra anónima o incómoda, como la del Willy. Por eso, yo respeto la muerte del Willy. Es su muerte, la suya particular, su muerte privada, y lo único terrible de ella es que nos impida tenerlo en carne y hueso con nosotros y escuchar de nuevo en vivo y en directo El canto a la pampa o su canción solista de la Cantata Santa María o una buena talla que rompa el hielo y que nos haga cagarnos de la risa.

Ahora que hemos venido a encontrarnos de nuevo con él, ninguna palabra es capaz de reconstruir lo que hubiera sido su presencia. Creo que es bueno en este momento de recuerdos, y en este momento en que nosotros, los del Quilapayún, nos encontramos conmovidos por mezquindades y egoísmos, mencionar algo que tal vez nunca hallamos dicho: el Willy fue extraordinariamente leal con todos nosotros y más aún con el Quilapayún, ese ideal que fue el norte de su vida durante tanto tiempo. Curiosamente fue el único de nosotros que se fue del grupo sin ningún menoscabo de la amistad y el reconocimiento. Cuando se vino a Argentina, queriendo acercarse a su familia que vivía en Chile, le hicimos una fiesta y le regalamos una argolla de matrimonio que en lugar del nombre de la novia llevaba escrito el nombre del grupo y sus fechas de entrada y de salida. Así está enterrado aquí, y por eso puede decirse entonces que él fue el único que verdaderamente se casó con el Quilapayún. Debe haber sido muy doloroso para él abandonarlo. La historia le ha hecho justicia, porque creo que su voz y su imagen, más que la de ningún otro, se ha ido identificando con la vida del grupo y con esos años de anhelos, de victorias y derrotas.

A 11 años de su muerte es justo que volvamos aquí a encontrarnos con él. Nosotros no lo olvidaremos. Tampoco lo han olvidado quienes recibieron sus dones de artista. No diremos “hasta la victoria siempre”, ni “compañero Willy presente”. Diremos simplemente, gracias Willy. Fuiste un gran amigo, un padre cariñoso, un amante esposo y un extraordinario artista y así está bien, porque eso es lo que siempre quisiste ser.